About the book Environmental Injustice and Catastrophe. How Global Insecurities Threaten the Future of Humanity, edited by Baris Cayli Messina, published by De Gruyter in 2023.
Nuestro viejo planeta es ahora como un frágil cristal, resplandeciente pero peligrosamente cerca de quebrarse. La Tierra batió récords al alcanzar su año más cálido de la historia en 2024, ya que las temperaturas han aumentado de manera tan dramática que el planeta cruzó momentáneamente un umbral climático crítico. Y la reciente furia ardiente de los incendios en Los Ángeles y la amenaza de una caída nuclear con la guerra en Ucrania expusieron los riesgos que enfrentamos desde hace mucho tiempo. Estos resultados catastróficos nos obligan a reflexionar sobre una amarga verdad: somos los arquitectos de nuestro futuro riesgoso.
¿Quiénes son las fuerzas que moldean las condiciones que ponen en peligro nuestro medio ambiente? ¿Hasta qué punto afectan estas fuerzas el futuro de nuestro planeta? ¿Cómo podemos construir comunidades sostenibles en un mundo incierto? En el libro que edité, Injusticia ambiental y catástrofe: cómo las inseguridades globales amenazan el futuro de la humanidad, intentamos aclarar estas complejidades y ofrecer respuestas a estas preguntas críticas y desafíos urgentes.
El impulso por un crecimiento económico infinito está impulsado por el hambre implacable del capitalismo. Ha convertido el mercado global de producción en un campo de batalla donde se priorizan las ganancias sobre la seguridad y la sostenibilidad. En este juego, el medio ambiente se convierte en daño colateral, un peón sacrificado por ganancias a corto plazo. La tóxica conexión entre el poder estatal y la codicia corporativa acelera este ciclo de destrucción. Deja al planeta sin aliento. El cambio climático es la alarma más brillante. Sin embargo, a menudo se ignora, o su impacto se considera temporal.
Los glaciares, que alguna vez fueron como centinelas de la estabilidad de nuestro planeta, ahora retroceden como soldados heridos. Se están derritiendo en océanos que amenazan con devorar nuestras costas. El aire que respiramos ya no es tan limpio como hace décadas. En el corazón de esta crisis, la ignorancia de la ciencia o las políticas equivocadas juegan un papel importante. Pero, más importante aún, necesitamos cuestionar críticamente nuestras actividades y lo que estamos haciendo. También necesitamos replantearnos en qué nos estamos convirtiendo: ahora somos una especie humana en guerra con su propio hogar.
Los diferentes capítulos del libro abordan diversos temas, pero todos apuntan a las mismas preguntas fundamentales: ¿Seguiremos apartando la mirada del frágil cristal de nuestro planeta, o encontraremos el valor para preservar su esplendor para las generaciones venideras? La respuesta no radica en posibilidades distantes, sino en las decisiones que tomemos hoy.
Injusticia ambiental: Una crisis global
Una familia que observa cómo su hogar es consumido por llamas implacables debe afrontar un trauma que no se desvanece con el humo. Permanece con ellos y se arraiga en sus recuerdos. Un vecindario arrasado por una inundación o reducido a escombros por un terremoto sufre un trauma colectivo similar. Para los sobrevivientes, el dolor de la catástrofe se transmite a la siguiente generación como una herencia no deseada.
Los desastres también pueden ser igualadores. Pueden destrozar las vidas tanto de los ricos como de los pobres, pero sus daños van más allá de la pérdida material. Sin embargo, cuando el polvo se asienta, la desigualdad vuelve a aparecer. Las naciones más ricas cuentan con recursos para proteger a sus ciudadanos de manera más rápida y efectiva. En contraste, un solo desastre no es solo un evento, sino una crisis permanente para los países en desarrollo. Luchan por reparar lo que se ha roto.
Se necesita más tiempo para reconstruir la infraestructura, adaptarse a un clima cambiante o recuperarse de las pérdidas materiales. La carga que soportan es más pesada. Y su camino hacia la recuperación es más empinado. Las heridas psicológicas pueden compartirse a través de las fronteras; sin embargo, los recursos para sanarlas no lo son. En este cruel cálculo del riesgo ambiental, son los más vulnerables quienes pagan el precio más alto.
La injusticia ambiental no se trata solo de geografía. Se trata de poder, política y beneficios. Las corporaciones y los gobiernos con frecuencia priorizan las ganancias económicas a corto plazo sobre el bienestar de las comunidades y la sostenibilidad del planeta. Esta brutal y despiadada búsqueda de beneficios deja a las comunidades más vulnerables enfrentando las consecuencias. Aire irrespirable, agua contaminada y tierras inhabitables son la manifestación de la crisis ambiental que enfrentamos. La ausencia de coordinación global y de políticas ambientales coherentes aumenta la brecha y agrava el desafío.
Actividad humana e inseguridades globales
Estas crisis ambientales no son actos aleatorios de la naturaleza. Son el resultado directo de las acciones humanas. Nos acercamos cada vez más a este punto de quiebre con cada árbol talado, cada río contaminado y cada especie perdida. Los desastres naturales son tan antiguos como la humanidad misma. Sin embargo, estos eventos naturales se han transformado ahora en fuerzas catastróficas.
La evidencia está en todas partes: el aumento del nivel del mar engulle comunidades costeras y borra hogares. Las comunidades desplazadas afrontan dolor psicológico y social. Los incendios forestales arrasan los bosques, reduciendo ecosistemas enteros a cenizas y humo. Y las ciudades se asfixian bajo cielos cargados de contaminación.
Estos desastres no son incidentes aislados. Las acciones humanas juegan un papel fundamental. Las guerras por recursos cada vez más escasos empeoran la situación. Además, la explotación implacable de las poblaciones vulnerables y la parálisis de la inacción política dejan a las comunidades desprevenidas ante estas catástrofes e indefensas en sus consecuencias.
Cada uno de estos factores contribuye a la frágil red de crisis de nuestro planeta. Cada día que pasa hace que la Tierra sea más vulnerable. Este es el mundo que hemos moldeado y estas son las consecuencias que debemos afrontar.
Esta crisis no trata solo de la naturaleza; se trata de nosotros. El comportamiento humano ha incrementado las inseguridades globales al llevar al límite el delicado equilibrio de la vida en la Tierra. La armonía que una vez existió entre las personas y el medio ambiente está siendo destruida.
El papel del poder, el conflicto y la gobernanza
El fracaso y el tipo de gobernanza están en el centro de la injusticia ambiental y la catástrofe. El poder fluye como un río, trazando caminos que determinan quién prospera y quién se hunde. Aquellos en la cima deciden cómo se comparten los recursos, cómo se manejan los riesgos y quién soporta la peor parte del daño ambiental. La corrupción, la avaricia y la obsesión por las ganancias crean un sistema en el que la rendición de cuentas por las acciones humanas es demasiado compleja de identificar o, peor aún, legalmente imposible de aplicar.
Las ciudades sometidas a la gentrificación expulsan a las familias de bajos ingresos de sus hogares, dejándolas en barrios contaminados. En las zonas rurales, la historia no es diferente. Las tierras son despojadas de sus recursos. Las comunidades quedan sedientas y sus campos, estériles. Su futuro les es arrebatado.
Estos patrones no son accidentes; representan las piezas de una máquina diseñada para priorizar las ganancias sobre el bienestar. Cada engranaje de esta máquina gira en busca de crecimiento. Tritura a los más vulnerables con un impacto devastador. Por eso, los riesgos que enfrentamos no son solo ecológicos; son fundamentalmente sociales y políticos.
Si este ciclo continúa sin un cambio significativo, la brecha será aún mayor entre quienes pueden protegerse de los desastres y quienes quedan expuestos.
Un llamado a la acción
Estamos en la era de la crisis ambiental. Exige respuestas claras y urgentes. La crisis reclama nuestra atención y el momento de actuar no es mañana, es ahora. Esperar que los gobiernos o las corporaciones internacionales lideren el camino es como esperar que un zorro cuide el gallinero. La historia nos ha mostrado sus prioridades: prefieren las ganancias sobre el planeta; los beneficios a corto plazo sobre la supervivencia a largo plazo.
El verdadero cambio empieza por nosotros. Es como la onda que genera una piedra arrojada a un lago en calma. Los movimientos sociales, el activismo de base y la solidaridad global son esa piedra. Las protestas climáticas aumentan la conciencia pública y encienden un llamado colectivo a la acción. Estos movimientos generan la presión necesaria para que los líderes actúen. Sin embargo, esta acción debe ir más allá de los gestos vacíos de las reuniones actuales, donde los líderes mundiales se congregan en un país solo para marcharse sin acuerdos significativos ni cambios tangibles.
El cambio no solo necesita voces fuertes. Necesita puentes; necesita conexiones entre la ciencia, la política y la acción comunitaria. La tecnología puede ayudar, pero no es suficiente. Debemos replantearnos cómo valoramos la Tierra, no como algo para explotar, sino como algo para proteger. Debemos abordar los desequilibrios de poder que dejan a los más vulnerables soportando las brutales consecuencias de los desastres. Una casa vieja con cimientos agrietados no puede resistir la prueba del tiempo, y nuestro sistema actual no es diferente. Por eso, debe ser reconstruido con un compromiso hacia un futuro sostenible.
El futuro de la humanidad está en la cuerda floja. Se acerca al colapso con cada momento de inacción. Sin embargo, con resistencia colectiva, podemos trazar un camino hacia la esperanza y el diseño social. Debemos enfrentar las causas profundas de la injusticia ambiental y replantearnos nuestra responsabilidad compartida. El tiempo se agota y la elección es clara: desafiar la injusticia ambiental o permitir que el equilibrio se incline más allá de la recuperación.