Del populismo al iliberalismo: un cambio en el enfoque analítico
Durante las dos últimas décadas, los estudios sobre el populismo han dominado el debate, pero ahora retroceden ante un nuevo concepto que parece más adecuado para captar las transformaciones actuales de nuestra sociedad: el del iliberalismo. El iliberalismo surgió primero en los estudios sobre transiciones (se puede recordar el célebre artículo de Fareed Zakaria “Illiberal Democracy” publicado en Foreign Affairs en 1997), así como en el ámbito de los estudios asiáticos, con investigaciones sobre el auge de los valores del Este asiático encarnados por Singapur.
Posteriormente, se amplió para abarcar la reacción democrática en Europa Central, simbolizada por la Hungría de Viktor Orbán, antes de llegar al estudio de las democracias occidentales consolidadas y su erosión liberal en la década de 2010. El paso de un adjetivo, “iliberal”, a un sustantivo, “iliberalismo”, refleja tanto el fortalecimiento intelectual del malestar contra el orden social actual como, al mismo tiempo, una mejor conceptualización del fenómeno en la investigación académica.
La agenda de investigación sobre el iliberalismo es tan amplia como nuestras sociedades, que están siendo transformadas y se alejan del orden político posterior a la Segunda Guerra Mundial.
El concepto de iliberalismo ofrece en efecto una descripción mucho más adecuada que el de populismo, ya que el primero sostiene que hemos superado con creces la etapa de un simple estado de protesta: partes de nuestras ciudadanías están ahora dispuestas a experimentar con distintos órdenes sociales. La imaginación política colectiva se ha reactivado, y el liberalismo ya no es el modelo normativo de consenso evidente. Lo que está en juego aquí no es solo la preeminencia de un estilo comunicativo y de una estrategia política como el populismo, ni una categoría de régimen como el autoritarismo, sino una ideología sociopolítica en su totalidad.
Definir el iliberalismo: características esenciales y fundamentos conceptuales
Defino el iliberalismo (véanse mis escritos anteriores al respecto aquí y aquí) como compuesto por dos elementos indispensables: (1) una crítica al liberalismo, ya sea como filosofía o como práctica, junto con una experiencia previa del liberalismo antes de oponerse a él, y (2) la promoción de un proyecto político alternativo basado en cinco criterios:
- a) una creencia en la primacía del poder ejecutivo y el mayoritarismo por encima del equilibrio institucional y los derechos de las minorías,
- b) una defensa de la soberanía del Estado-nación frente a las instituciones supranacionales y el derecho internacional,
- c) una apuesta por una política exterior realista y transaccional en un mundo multipolar, basada en una interpretación civilizacionalista
- d) una defensa de la homogeneidad cultural de la nación frente al multiculturalismo, y
- e) una exigencia de respeto y preservación de las jerarquías y valores tradicionales frente a los del progresismo de izquierda.
Para reflejar tanto la complejidad como la diversidad de las experiencias iliberales, esta definición se basa en tres supuestos fundamentales.
- Primero, no considera el iliberalismo como el polo opuesto del liberalismo, sino como parte de un continuo en el que se va abandonando progresivamente las normas liberales.
- Segundo, sostiene que el iliberalismo no es ajeno al liberalismo, sino un subproducto del mismo. Esto implica que, según el contexto, la oferta política iliberal puede apoyarse en algunas formas de liberalismo, en particular el liberalismo económico y el neoliberalismo (véase el estudio de Raphaël Demias-Morisset sobre estas conexiones), y puede reivindicar un linaje dentro de la genealogía del liberalismo, por ejemplo, al afirmar que representa la forma auténtica del liberalismo frente a una ideología progresista o woke corrompida.
- Tercero, sostiene que el iliberalismo es sensible al contexto: adopta diferentes formas según el tiempo y el lugar, se adapta a las culturas políticas nacionales y puede expresarse de manera moderada o radical.
El panorama global del iliberalismo
Contrastes entre el iliberalismo de EE. UU. y el de Europa
Un buen ejemplo de esta sensibilidad al contexto ha sido la brecha entre las experiencias iliberales en EE. UU. y en Europa. La segunda administración Trump ha sido mucho más radical en sus declaraciones, en la rapidez con que ha desmantelado instituciones liberales y en su visión del ámbito internacional que todas las versiones europeas de iliberalismo.
Incluso los regímenes iliberales más arraigados, como el de Vladimir Putin en Rusia, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, Viktor Orbán en Hungría o Aleksandar Vučić en Serbia, tardaron años en desmantelar las instituciones y valores liberales. Giorgia Meloni en Italia ha actuado de modo mucho más moderado, dentro del marco jurídico y cultural de la UE.
Además, el radicalismo del “Trump II” del iliberalismo sorprendió a sus homólogos europeos iliberales y les obligó a distanciarse de Washington o, al menos, a mantenerse en silencio o en modo discreto respecto a su relación con Trump para mantenerse alineados con la opinión pública de sus propios países.
Fragmentación entre el Norte, el Este y el Sur
Esto significa que, incluso cuando existe una visión compartida del orden social según los términos definidos anteriormente, las realidades geopolíticas y sociológicas de las bases iliberales de cada país pueden no permitir profundizar sinergias entre ellas.
La forma en que implicamos que el liberalismo es el orden normativo mejor y evidente puede ocultar el continuo entre las prácticas políticas liberales e iliberales.
Vemos lo mismo en el caso del acercamiento ruso-estadounidense a principios de 2025: incluso si Donald Trump y Vladimir Putin comparten valores iliberales similares y ambos están comprometidos con un reenganche, eso sigue sin ser suficiente para elaborar un lenguaje común que permita un alto el fuego fácil en Ucrania. Otro elemento clave de este aspecto sensible al contexto ha sido la discrepancia entre los proyectos iliberales en el llamado Norte Global y el Sur Global.
En el Sur Global, la oferta de iliberalismo está profundamente arraigada en la idea de que liberalismo y colonialismo han sido dos caras de la misma moneda, y que el iliberalismo es una forma de descolonizarse de las presiones normativas occidentales (léase: liberales) y/o de la dominación geopolítica occidental.
Si bien la definición del iliberalismo propuesta aquí intenta captar tanto similitudes como diferencias, los proyectos iliberales pueden combinar múltiples visiones de lo que debería ser un futuro no liberal o posliberal.
Los modelos europeos de iliberalismo se parecen entre sí, con matices en sus grados de conservadurismo moral (a favor o en contra del aborto, opuestos o no al matrimonio entre personas del mismo sexo, etc.), nacionalismo (todos quieren menos migrantes, pero algunos abogan por políticas de asimilación mientras que otros promueven públicamente la “re-migración” y el odio hacia minorías claramente identificables), transformaciones institucionales (las versiones del Europa Occidental son más fieles a las instituciones liberales clásicas que las de Europa Central) y políticas económicas (que van desde el neoliberalismo al liberalismo económico clásico y hasta políticas económicas más orientadas al bienestar).
Dentro del trumpismo: visiones competidoras del iliberalismo estadounidense
El caso estadounidense se presenta mucho más diversificado, con múltiples corrientes que convergen en torno a Trump, aunque con fuertes tensiones internas. Se pueden identificar cuatro grandes escuelas de pensamiento: los republicanos del establishment tradicional que finalmente se unieron a Trump por razones oportunistas e intentaron orientarlo hacia una presidencia clásica de corte reaganiano, y tres corrientes nuevas directamente conectadas con el ascenso de Trump.
La primera corriente es la de los llamados intelectuales post-liberales (Adrian Vermeule, Patrick Deneen, Sohrab Ahmari, etc.). A menudo son católicos; abogan por una sociedad conservadora, religiosa y no consumista, rechazando lo que interpretan como nihilismo moral. Se centran en el bienestar colectivo, no individual, basado en comunidades pequeñas y cerradas. Este grupo contiene figuras intelectuales que se habían aliado con Trump ya en 2016 (como las vinculadas a la Claremont Review of Books), así como otros que fueron más críticos con él durante su primera presidencia, pero luego lo respaldaron en su segunda campaña.
Una segunda corriente, la de la derecha nacionalista revolucionaria encarnada por el estratega político Steve Bannon, cree en una nación blanca estadounidense formada por ciudadanos religiosos de clase trabajadora. Esta corriente está directamente conectada con movimientos de extrema derecha como la alt-right, el supremacismo blanco y los movimientos de milicias, que son abiertamente proclives a la violencia.
La tercera corriente, la de la derecha tecnológica, con Peter Thiel y Elon Musk entre sus figuras más destacadas, ofrece una distopía libertaria en la que una élite selecta de hombres ricos podrá vivir en una realidad aumentada tecnológicamente, viajar al espacio, reproducirse a escala casi industrial y dejar al resto de la humanidad languidecer en un planeta contaminado y superpoblado.
Hay poco en común entre un proyecto centrado en una rehabilitación cristiana de la ontología humana y otro que cree que la IA reemplazará fácilmente a la mayoría de los seres humanos. Y, sin embargo, algunos, como Patrick Deneen, han intentado afirmar que existe una simbiosis, y no contradicción, entre estas dos corrientes. Pero el hecho de que el vicepresidente estadounidense J. D. Vance, seguidor de ambas corrientes, personifique esta simbiosis, no resuelve sus contradicciones filosóficas. También está por verse cómo el explosivo final de la “bromance” Trump‑Musk podría impactar el lugar de esta tercera corriente en la mezcla global del trumpismo.
Enfoques interdisciplinarios para el estudio del iliberalismo
Con esta definición de iliberalismo se puede trabajar desde diversas perspectivas de las ciencias sociales. La ciencia política nos permite vincular los valores y aspiraciones iliberales con los tipos de régimen. El iliberalismo muestra afinidades ideológicas con el autoritarismo, pero no se superpone con él y puede desplegarse y ensayarse, al menos en parte, dentro de un marco democrático.
La filosofía política nos lleva a repensar la multiplicidad de liberalismos y sus contradicciones y tensiones internas: formas anteriores de liberalismo han coexistido históricamente con el colonialismo, la esclavitud y la eugenesia, y solo más recientemente el liberalismo dominante se ha vuelto progresista bajo la presión de la izquierda.
Los estudios jurídicos investigan cómo los líderes iliberales aprenden a hablar el lenguaje constitucional liberal para transformar nuestras instituciones y ponerlas al servicio de su causa. La sociología explora las causas sistémicas desde la oferta que explican el ascenso de líderes iliberales: miedo a la movilidad descendente, inseguridad socioeconómica y profesional, cambios culturales acelerados, ecosistemas mediáticos que polarizan el debate sobre el bien común, individualismo extremo que debilita los valores compartidos, etc.
Por último, pero no menos importante, los estudios culturales nos muestran que los individuos construyen sus visiones ideológicas del mundo a través de sus experiencias cotidianas, la educación familiar, el apego al lugar y los productos culturales que consumen, lo que significa que la atracción hacia los valores iliberales también ocurre a nivel de base, mediante narrativas que pueden estar solo tangencialmente vinculadas a la política.
Estudios sobre el iliberalismo y el futuro de la investigación democrática
La agenda de investigación sobre el iliberalismo es tan amplia como nuestras sociedades, que están siendo transformadas y se alejan del orden político posterior a la Segunda Guerra Mundial. Es necesario considerar seriamente el papel de la investigación académica en su contribución a los debates públicos.
La forma en que nombramos a las fuerzas iliberales puede llevarnos a blanquear proyectos políticos basados en valores antidemocráticos y racistas; del mismo modo, asumir que el liberalismo es el mejor orden normativo evidente también moldea el espacio público y puede ocultar el continuo entre las prácticas políticas liberales e iliberales.
Además, los investigadores deben trabajar en condiciones de campo cada vez más desafiantes, incluso dentro de marcos democráticos liberales, y las instituciones de educación superior enfrentan presiones políticas y neoliberales a nivel global. Todos estos entrelazamientos convierten el campo de los estudios sobre el iliberalismo en un prisma central para comprender la evolución de nuestras sociedades. Visita el Programa de Estudios sobre el Iliberalismo de la George Washington University para saber más sobre estas cuestiones cruciales de nuestro tiempo.