Cuando era niño, solía sentarme con las piernas cruzadas en el suelo del estudio de mi abuela, hojeando su colección de libros polvorientos. Entre ellos había un ejemplar raído de İnce Memed de Yaşar Kemal, un autor turco cuyas palabras saltaban de las páginas y creaban mundos enteros. Tenía 9 años y no podía comprender plenamente la importancia de su narrativa.
Sin embargo, me fascinaba cómo su prosa me hacía enojar por las luchas de los campesinos contra los terratenientes opresores. Su libro no me contaba, sino que me mostraba los paisajes de la injusticia y la resistencia de una manera formidable. Su escritura era más que una narrativa para mí. Era un puente para comprender la capacidad humana tanto para el sufrimiento como para la esperanza. Fue entonces cuando comprendí cuán poderosa, clara y evocadora puede ser la escritura al conectar mundos distantes y dar vida a ideas complejas.
Incluso de niño, sentí el poder de sus palabras para transportar, educar e inspirar. No era solo que contara bien una historia. Era que me hacía preocuparme profundamente por personas y lugares que nunca había conocido. Su prosa me mostró que la escritura podía trascender la página. Podía conectar al lector con algo más grande que ellos mismos.
Conectar la academia y la literatura: Perspectivas más allá de la torre de marfil
Escribir con claridad crea un camino para que los académicos salgan de la torre de marfil y participen de manera significativa en la plaza pública, donde las ideas pueden inspirar cambios y fomentar la comprensión.
Décadas después, trabajo en una universidad británica como académico enseñando e investigando sobre la injusticia, la violencia, el conflicto y el crimen. Mi labor a menudo implica descubrir las estructuras ocultas que permiten la explotación y la desigualdad.
Yo exploro sistemas complejos que resisten explicaciones sencillas. Sin embargo, incluso en mi trayectoria académica, he seguido recurriendo a la literatura para encontrar claridad y perspectiva. Mientras realizaba años de investigación de campo sobre la mafia en Palermo, aprendí tanto de los libros ficticios de un autor siciliano como de los textos académicos.
Il giorno della civetta (El día de la lechuza) de Leonardo Sciascia fue una revelación para mí. Fue una exploración reveladora de la complejidad de la mafia en la vida cotidiana. Su prosa aguda y su habilidad narrativa iluminaron las relaciones entre el poder, el miedo y el silencio de una manera que ningún trabajo académico podría haber logrado.
La literatura como lente para entender realidades complejas
De manera similar, La forma dell’acqua (The Shape of Water) de Andrea Camilleri, el primer libro de la serie del inspector Montalbano, mezcló magistralmente el misterio con el comentario social. Reveló la compleja interacción entre la corrupción, la política y el crimen en Sicilia.
La capacidad de Camilleri para entrelazar el ingenio, la humanidad y una crítica sagaz a las normas sociales en sus narrativas profundizó mi comprensión de las fuerzas culturales e históricas que han sostenido el dominio de la mafia. Ambos autores demostraron cómo la literatura puede articular lo indescriptible. Al hacerlo, podemos alcanzar claridad y perspectiva donde el análisis convencional a menudo fracasa.
Kemal, Sciascia y Camilleri demostraron que el arte de escribir abre grandes ventanas hacia realidades complejas. A través de su prosa, los lectores, sean académicos o no, pueden comprender la gravedad de la injusticia y la resiliencia de quienes luchan contra ella.
El arte de la prosa
La escritura académica a menudo prioriza el rigor técnico a costa de la legibilidad. Sin embargo, esto crea una brecha peligrosa; una brecha que aliena incluso a lectores bien educados. La terminología precisa y la especificidad metodológica son, sin duda, esenciales para el discurso académico.
Sin embargo, un lenguaje excesivamente denso y cargado de jerga oscurece los argumentos. Lograr claridad exige tiempo y esfuerzo. Pero todo comienza con un esfuerzo deliberado para traducir ideas complejas en escritura accesible sin diluir su sustancia.
El libro de Carlo Rovelli, Siete breves lecciones de física, es evidencia de un estilo de escritura atractivo. En sus páginas entendemos que escribir con claridad puede hacer que la física teórica sea atractiva para muchos de nosotros, incluso si está llena de conceptos abstractos.
De manera similar, el microhistoriador Carlo Ginzburg demuestra el poder transformador de la narrativa al usar la vida de una sola persona para iluminar la compleja relación entre las fuerzas sociales y culturales.
Estos ejemplos nos recuerdan que escribir con claridad no es una concesión al rigor intelectual, sino un camino hacia una comprensión más profunda y un compromiso interdisciplinario.
La claridad de la prosa también refleja respeto por el tiempo y el esfuerzo del lector. Cuando los escritores académicos valoran la comunicación tanto como las ideas que presentan, invitan al público a participar en conversaciones críticas y urgentes. Al priorizar la claridad, los académicos amplifican el impacto de su trabajo y cumplen con su responsabilidad de compartir el conocimiento ampliamente. Al hacerlo, pueden cerrar la brecha frecuentemente criticada entre la academia y la sociedad.
Responsabilidad ética
La capacidad de comunicar argumentos de manera efectiva es una obligación ética para los académicos. El trabajo académico existe para avanzar en el conocimiento e inspirar un cambio significativo. Sin embargo, cuando los argumentos están envueltos en un lenguaje impenetrable y técnico, permanecen confinados en silos disciplinarios. Se convierte en una oportunidad perdida.
Desde los brillantes inventos del Renacimiento, la ciencia ha moldeado nuestro camino hacia un mundo próspero. Sin embargo, este poder depende del nivel de impacto. Al navegar por las complejidades de la vida moderna, los responsables políticos, los educadores y el público en general buscan orientación en el ámbito académico. Si estos grupos no pueden involucrarse con las ideas debido a un lenguaje excesivamente exclusivo, corremos el riesgo de destruir lo que hemos construido con tanto esfuerzo. Entonces, la pregunta que debemos plantearnos como académicos es: ¿a quién beneficia una investigación que permanece sin ser leída o comprendida?
Los académicos tienen acceso a recursos, plataformas y experiencia que muchos no poseen. Sin embargo, ese privilegio también implica la obligación de compartir el conocimiento con audiencias más amplias. Por eso, la responsabilidad de comunicar con claridad surge de este mismo privilegio. Cuando los argumentos se liberan de las barreras de una escritura académica densa y resuenan con responsables políticos, educadores, activistas y ciudadanos comunes, amplían la relevancia del trabajo académico y marcan una diferencia en nuestro mundo en rápida transformación.
Escribir con claridad significa democratizar el conocimiento. Permite que los académicos abandonen su torre de marfil y se conviertan en intelectuales públicos. Sus escritos funcionan como motores del progreso social. Quizás la pregunta urgente que deba plantearse a los académicos escépticos sea: ¿de qué sirve un argumento si no logra llegar a los oídos y corazones de quienes más lo necesitan?
Expandir el impacto del trabajo académico
La prosa atractiva tiene la capacidad única de transmitir ideas. Abre puertas a audiencias más amplias a través de libros, ensayos y foros públicos. Cuando los académicos priorizan la accesibilidad, insuflan vida a su investigación. Un buen ejemplo de este poder es Silent Spring, de Rachel Carson. Su evocadora prosa expuso los devastadores efectos de los pesticidas en el medio ambiente, catalizando el movimiento ambiental moderno e inspirando reformas legislativas de gran alcance.
The Presentation of Self in Everyday Life, del sociólogo Erving Goffman, muestra cómo los conocimientos sociológicos pueden marcar una gran diferencia al destilar ideas complejas sobre las interacciones sociales y la identidad. Goffman explicó las múltiples capas entre el individuo y la sociedad mediante conceptos que todos pueden entender. Sin embargo, sus libros han cautivado tanto a académicos como a lectores comunes. Gracias a esta escritura sencilla pero elegante, podemos comprender el papel del comportamiento humano en la vida cotidiana. Estas obras demuestran que los argumentos académicos bien elaborados, presentados en un lenguaje accesible, pueden influir en políticas y generar conversaciones globales.
Cuando los académicos escriben pensando en sus lectores, sus obras se vuelven más ligeras, una herramienta que ayuda a las personas en la oscuridad a encontrar su camino. Este es un gran empoderamiento. Esos libros que llegan a una audiencia más amplia crean avenidas para las ideas y posibilidades. Un sociólogo que escribe con claridad sobre la desigualdad sistémica puede inspirar a los educadores a repensar cómo organizar el contenido y las estructuras de las aulas. Un responsable político puede implementar políticas inclusivas. Un historiador que redacte una narrativa accesible para el público puede ayudar a la sociedad a comprender mejor el presente a través del lente del pasado.
La escritura clara y atractiva ayuda a desmontar el argumento de que la investigación académica está destinada solo a una audiencia elitista. Por el contrario, cuando los académicos se preocupan por sus lectores, crean caminos para inspirar y empoderar. Podemos medir fácilmente el impacto del trabajo académico, no por su complejidad, sino por su capacidad de provocar un cambio, un cambio que comienza con la forma en que está escrito.
Las limitaciones del gerencialismo en la escritura académica
El desafío no radica en la disposición de los académicos para escribir con prosa clara, sino en las limitaciones impuestas por las demandas implacables del gerencialismo cuantificado en la academia, que a menudo deja poco espacio para el tiempo y el esfuerzo que requiere esa escritura. Uno de mis supervisores en una universidad británica planteó una vez una pregunta que se sintió menos como una conversación y más como un cálculo: “¿No son muy pocos los resultados para tus objetivos del próximo año?”
Su pregunta fue fría y clínica. ¿Podemos reducir el arte de escribir a una línea de ensamblaje? No hubo reconocimiento del peso emocional que algunos temas demandan. A los ojos de esos gerentes, no somos pensadores ni creadores, sino máquinas que se espera produzcan artículos pulidos según un calendario rígido, indiferentes a las complejidades del pensamiento o a las profundidades de la emoción.
Esta mecanización de la vida académica le quita el alma. Algunas obras necesitan tiempo para madurar, no solo para hacer justicia a su tema, sino también para cuidar de sus lectores. ¿Cómo podemos escribir sobre el duelo, la injusticia o los fracasos de la humanidad con integridad si se nos pide que mantengamos un ojo en el cronómetro? Algunas ideas requieren años de cuidado, de la misma manera que un jardín necesita estaciones para florecer.
Otros temas conllevan un costo emocional que requiere pausas, reflexión e incluso silencio antes de que puedan plasmarse en palabras. Cuando desenredemos la academia de su andamiaje neoliberal—este gerencialismo cuantificado y orientado al lucro que ve a los seres humanos como poco más que números en una hoja de cálculo—quizás redescubramos lo que importa en la escritura.