Sobre el libro When Animals Dream: The Hidden World of Animal Consciousness de David M. Peña-Guzmán, publicado por Princeton University Press.
En el siglo IV a. C., el filósofo griego Aristóteles describió el sueño como « una tierra fronteriza entre estar vivo y no estarlo ». Para el padre de la ética de la virtud, dormir—como lo hacemos cada noche con una regularidad casi mecánica—es adentrarse en un territorio metafísicamente ambiguo, flanqueado por el dinamismo de la vida por un lado y la quietud de la muerte por el otro. « Una persona que duerme, » escribe en Sobre la generación de los animales, « parecería no ser ni completamente inexistente ni completamente existente—pues, por supuesto, el estado de vigilia es, por excelencia, aquel al que pertenece la vida. »
Por antigua que sea, esta intuición aristotélica sigue sonando razonable incluso para los oídos modernos. Cuando dormimos, no estamos realmente—o, mejor dicho, no plenamente—vivos. Nuestros sentidos se embotan. Nuestros cuerpos se vuelven inertes. Y el hilo que nos conecta con la realidad parece cortarse en la raíz. Sin embargo, es evidente que tampoco estamos muertos. Respiramos. Nos movemos. Y, quizás lo más importante, soñamos.
Espero demostrar que la exclusión de los animales de nuestra cultura moral y jurídica es algo más que una simple circunstancia desafortunada o un accidente lamentable de la historia.
Y, como el propio Aristóteles comprendió, soñar es un claro indicio no solo de vida, sino también de movimiento mental. Es una prueba evidente de que, incluso en la oscuridad del sueño, nuestra mente sigue en funcionamiento bajo las circunstancias más inesperadas. Paradójicamente, los sueños son lo que ocurre cuando nuestra mente “despierta” mientras nuestro cuerpo duerme.
El enigma filosófico de los sueños
Durante milenios, este paradoja ha fascinado a filósofos y estudiosos, muchos de los cuales han llegado a considerar el sueño como una pista, quizás incluso « la » pista, del misterio de la mente humana.
¿Qué debe ser la mente humana para poder adentrarse en esta « frontera entre estar vivo y no estarlo » sin desvanecerse en el aire? ¿Cómo logra generar imágenes, emociones y sensaciones desde su propio interior, incluso después de que su vínculo con el mundo exterior haya sido comprometido por el poder del sueño?
En el fondo de esta intriga, por supuesto, hay una gran dosis de excepcionalismo humano. Si los sueños contienen la clave de la psique humana, solemos pensar, debe ser porque la propia psique humana contiene la clave de los sueños. Los humanos, como dijo una vez el filósofo George Santayana, pueden definirse como « el animal que sueña ».
Esta es la suposición que me propuse desmantelar en mi libro When Animals Dream: The Hidden World of Animal Consciousness (2022), cuya idea central es que el sueño es una capacidad animal más que exclusivamente humana.
Esta característica regular y ordinaria de la vida animal, sugiero, plantea un desafío formidable a la lógica del excepcionalismo humano que ha moldeado nuestra comprensión del mundo más-que-humano y nos convoca a reconsiderar lo que creemos saber sobre las vidas y las mentes de otras formas de vida sintientes.
Sueños animales
When Animals Dream da la bienvenida a los lectores al inquietante mundo del sueño no humano, mostrando que hay soñadores en prácticamente cada rama del árbol de la vida. Desde los simios hasta las aves y desde los peces hasta los cefalópodos, numerosos seres no humanos experimentan esas visiones fantásticas que han sido objeto de la curiosidad humana desde los albores de la historia escrita.

Por supuesto, el hecho de que muchos animales sueñen no significa que todos sueñen las mismas cosas ni que sueñen de la misma manera. Al contrario, es probable que haya tantos mundos oníricos como soñadores en el universo, ya que las experiencias oníricas de un animal determinado reflejarán la “forma” específica de ese animal (donde “forma” es una abreviatura para todas las variables morfológicas, perceptuales, cognitivas y sociales que modelan la vida y la experiencia de un organismo).
Los perros, por ejemplo, sueñan sueños de perro, es decir, sueños compuestos por los tipos de sensaciones, emociones e ideas que tienen a su disposición por el hecho de ser perros. Lo mismo ocurre con los gatos, los caballos, los pulpos, los loros y muchos otros animales. Por lo tanto, al pensar en los sueños de otros animales, debemos respetar estas diferencias y recordar que nuestro estilo humano de soñar es solo uno entre muchos. Este estilo refleja nuestra forma, que no es menos peculiar ni limitada que la de todas las demás criaturas que sueñan.
Los sueños como evidencia de la emoción
Independientemente de cómo sueñen los distintos animales, el simple hecho de que sueñen es un testimonio de la complejidad de sus vidas emocionales. Desde la década de 1970 sabemos que los sueños humanos son intrínsecamente emocionales, dado que el sistema límbico juega un papel clave en su formación y debido al impacto emocional que a menudo tienen sobre nosotros. ¿Podría decirse lo mismo de los sueños de otros animales? ¿Podrían ser también una evidencia de que los animales experimentan estados emocionales, incluidos aquellos que históricamente hemos reservado para los miembros de nuestra especie?

Las investigaciones en etología y neurociencia afectiva han demostrado que muchos animales experimentan estados como alegría, felicidad, rabia, tristeza y miedo mientras están despiertos. Sin embargo, lo que muestra mi trabajo es que también los experimentan mientras duermen. Los ratones, por ejemplo, sueñan con cosas cargadas de emoción, independientemente de si esa carga es positiva o negativa. Si se hace que los ratones observen durante un largo tiempo un plato delicioso pero inaccesible y luego se les deja tomar una siesta, soñarán con poner sus patas sobre la codiciada recompensa. Soñarán con satisfacer un deseo que no pudo cumplirse en el mundo real.
Por el contrario, si se somete a esos mismos ratones a un trauma físico o psicológico prolongado, sufrirán pesadillas crónicas durante semanas, e incluso meses. Parece, entonces, que los ratones pueden tener sueños con carga positiva y negativa, lo que es prueba suficiente de que son seres plenamente emocionales. Esto refuta la caricatura filosófica de la “máquina animal”, que retrata a los no humanos como mecanismos sin pensamiento ni sentimiento.
Sueños e imaginación
Así como los sueños resaltan las emociones de los no humanos, también revelan su capacidad de imaginar. La imaginación es una función mental compleja sin una ubicación específica en el cerebro. Involucra múltiples áreas cerebrales y está intrínsecamente conectada con la curiosidad, la emoción y nuestra percepción del tiempo.
He tenido que enfrentar de manera directa muchos de los enigmas filosóficos que siempre acompañan el estudio de los animales.
Los sueños son, por definición, actos de imaginación que ocurren durante el sueño. Son fantasías, creaciones o invenciones de la mente dormida.
Esto significa que en cuanto admitimos que un determinado animal tiene la capacidad de soñar, reconocemos que dicho animal es capaz de pensar en—o, como dirían los filósofos, « intencionar »—cosas que son « no presentes » o « no reales ».
Esto nos da una visión de los animales como mentalmente libres, ya que pensar en lo ausente o irreal significa pensar en contra de la realidad. Implica desafiar lo real, saltando de la actualidad a la posibilidad, del hecho a la ficción.
Repensar a los animales
Al escribir este libro, he tenido que enfrentar de manera directa muchos de los enigmas filosóficos que siempre acompañan el estudio de los animales, incluyendo «el problema de otras mentes» (¿Podemos saber qué ocurre dentro de la mente de un ser no humano?), «el problema del lenguaje» (¿Podemos determinar el significado del comportamiento animal en ausencia de un lenguaje compartido?), y «el problema del antropomorfismo» (¿No estaremos simplemente proyectando cualidades humanas en criaturas no humanas cuando las estudiamos?).
¿Quién es miembro de nuestro universo moral y jurídico, y por qué?
Si bien estos enigmas son reales y deben hacernos reflexionar cuidadosamente sobre las afirmaciones que hacemos acerca de otros seres vivos, sostengo que no deberían impedirnos intentar comprender la experiencia de otras criaturas ni resistir activamente la lógica del excepcionalismo humano que ha gobernado las relaciones entre humanos y animales durante siglos.
Y dado que esta lógica es una característica estructural de nuestra historia y cultura, resistirla requiere más que un simple cambio de actitud individual. Se necesita un cambio estructural, especialmente en los marcos morales y jurídicos que median nuestra relación con el mundo más-que-humano. Por ello, después de abordar estos enigmas filosóficos, paso a la cuestión ética de qué nos dicen mis hallazgos sobre los sueños de los animales respecto a nuestras obligaciones morales y legales hacia otras especies.
La exclusión moral y jurídica de los animales
En la teoría moral y jurídica, uno de los problemas centrales es la cuestión de la pertenencia. ¿Quién es miembro de nuestro universo moral y jurídico, y por qué? Es evidente que los animales no son actualmente parte de este universo, ya que no los reconocemos como nuestros iguales en términos morales o legales. Muy al contrario, los perjudicamos, los reducimos a mercancías que pueden comprarse y venderse, y tratamos sus vidas como simples medios para alcanzar nuestros (a menudo superficiales) fines. Hacemos esto porque los animales, como grupo, están excluidos de la esfera de preocupación moral y jurídica de nuestra cultura. Carecen de “estatus” moral y jurídico.
Esta situación, por supuesto, podría remediarse otorgándoles este estatus e incorporándolos al entramado de nuestros mundos moral y jurídico. Pero esto plantea una compleja cuestión teórica, que es: ¿Sobre qué bases se concede el estatus moral y jurídico? ¿Qué principio o regla utilizamos para decidir qué entidades “dejamos entrar”?
Seguramente, no queremos conceder estatus moral o jurídico a objetos inanimados como mesas y sillas. Y, sin duda, sí queremos concedérselo a los seres humanos vivos. Pero entre los “objetos inanimados” y los “seres humanos vivos” existe una gran zona gris en la que no sabemos cómo proceder. En esta zona encontramos hongos, plantas y, por supuesto, animales. De entre ellos, ¿cuáles deberían tener reconocimiento en la moral y el derecho?
El sueño como base del estatus moral y jurídico
En When Animals Dream, utilizo el sueño para defender la inclusión de los animales (dejando la cuestión de los hongos y las plantas para otro momento). El argumento que planteo se basa en dos afirmaciones teóricas.
- La primera es el principio general de que el estatus debería concederse a todas las entidades dotadas de lo que los filósofos llaman “conciencia fenomenológica”, un tipo de conciencia basada en la sensación, el afecto y la corporeidad.
- La segunda es la afirmación de que soñar implica este tipo de conciencia, de modo que cualquier criatura que sueña es necesariamente consciente de manera fenomenológica. Juntas, estas afirmaciones llevan a la conclusión de que todos los soñadores deberían ser tratados como miembros de nuestra comunidad moral y jurídica, independientemente de su pertenencia a una especie.
Al defender este argumento, espero demostrar que la exclusión de los animales de nuestra cultura moral y jurídica no es solo una desafortunada circunstancia o un lamentable accidente de la historia. Es una perversión de la ética y la justicia que solo se corregirá cuando los animales sean transformados (no solo « en nuestras mentes », sino también « en el mundo ») de meras entidades biológicas que viven, se mueven y mueren, a sujetos ético-jurídicos plenos con un derecho legítimo a protecciones morales y legales.