La religión ha regresado al escenario global—no solo como fuente de identidad o movilización, sino cada vez más como herramienta de gobernanza estatal. A medida que tanto las potencias emergentes como los Estados consolidados buscan nuevas formas de avanzar sus agendas geopolíticas, el poder blando religioso se ha convertido en un componente vital, aunque poco estudiado, de las relaciones internacionales.
En nuestro volumen editado, La geopolítica del poder blando religioso: cómo los Estados utilizan la religión en su política exterior (Oxford University Press, 2023), los colaboradores analizan cómo los gobiernos emplean símbolos, instituciones y narrativas religiosas para legitimar su autoridad, moldear percepciones en el exterior y competir por influencia. Este artículo destaca temas clave del volumen, mostrando cómo se utiliza la religión en diferentes regiones del mundo—desde mensajes estratégicos en Rusia e India hasta estrategias de marca nacional en Jordania e Indonesia.
Los colaboradores de La geopolítica del poder blando religioso sostienen de forma unánime que ha llegado el momento de tomar en serio la religión como una herramienta de gobernanza estatal.
El uso estratégico de la religión o del discurso religioso por parte de los Estados en la escena internacional no es, en absoluto, un fenómeno nuevo. Por ejemplo, durante la Guerra Fría, el gobierno de los Estados Unidos encontró valor geopolítico en apoyar causas religiosas y asociarse con instituciones religiosas (como la Iglesia católica) para contrarrestar la influencia soviética en diversas regiones del mundo. Así que, aunque no se trate de una tendencia completamente nueva, lo que observamos hoy marca un cambio significativo en el abanico de potencias que participan en la geopolítica de la religión. Han comenzado a emerger varios patrones que nos permiten comprender las dimensiones clave del poder blando religioso.
La religión como fuente de legitimidad e identidad
En múltiples casos, la religión aparece como un poderoso vehículo de legitimación y construcción de identidad. En Rusia, el presidente Vladímir Putin ha cultivado una estrecha relación con la Iglesia Ortodoxa Rusa, utilizando su simbolismo y sus mensajes para proyectar a Rusia como defensora de los valores tradicionales y como una alternativa civilizacional frente a Occidente.
Este esfuerzo puede interpretarse como una ampliación del proyecto del “Mundo Ruso” (Russkiy Mir) de Putin, más allá de las fronteras etnolingüísticas y culturales de Rusia, la sociedad eslava o el cristianismo ortodoxo. El poder blando religioso ofrece al Kremlin una plataforma para construir solidaridad en torno a supuestos valores “familiares” y conservadores compartidos, y para posicionar a Rusia como su defensora geopolítica. De manera similar, el gobierno de Modi en India ha incorporado narrativas nacionalistas hindúes a su política exterior, promoviendo una visión de la India como un actor global culturalmente distinto y espiritualmente rico.
Incluso democracias seculares como Brasil han experimentado la instrumentalización de la religión. Bajo el mandato de Jair Bolsonaro, la retórica nacionalista cristiana se convirtió en un eje central de la identidad nacional brasileña y de su vínculo con redes conservadoras en el extranjero—en particular con comunidades evangélicas y pentecostales en África lusófona. Estos ejemplos sugieren que la religión no es simplemente un elemento residual o reactivo de la identidad estatal, sino una dimensión cada vez más proactiva de la construcción nacional y la proyección geopolítica.
Exportar la fe: instituciones, redes y centros culturales
El poder blando religioso se materializa frecuentemente mediante la exportación de instituciones y redes. La Dirección de Asuntos Religiosos de Turquía, o Diyanet, por ejemplo, se ha convertido en una de las burocracias religiosas respaldadas por el Estado más activas del mundo, construyendo mezquitas, formando imanes y difundiendo educación religiosa en Europa, África y Asia Central. Marruecos ha adoptado un modelo similar, estableciendo centros de formación religiosa para clérigos de África Occidental en Rabat y Fez como parte de su estrategia africana.
La diplomacia religiosa es con frecuencia una extensión de la gobernanza interna.
Dada la tradicional antipatía del Partido Comunista Chino hacia la religión, la promoción del budismo por parte de Pekín—especialmente en la era de Xi Jinping—resulta profundamente contraintuitiva.
Este esfuerzo ha implicado no solo la inversión en un renacimiento religioso interno, sino también un acercamiento dirigido a comunidades budistas en Sri Lanka, Nepal y el Sudeste Asiático, enmarcado dentro de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Estas iniciativas reflejan una creciente conciencia entre los responsables políticos de que las instituciones religiosas pueden servir como vectores de afinidad cultural, influencia ideológica y alineamiento político.
Autoridad en disputa: narrativas religiosas en competencia
El poder blando religioso suele ser conflictivo, ya que los Estados intentan imponer sus interpretaciones preferidas y marginar a sus rivales. El uso que hace Irán de la teología chií en su política exterior lo coloca en competencia directa con las narrativas lideradas por sunitas provenientes de Arabia Saudita y Egipto, así como con autoridades chiíes alternativas en Irak.
Pero cabe destacar que Teherán también logra apoyarse en experiencias históricas chiíes y en símbolos de opresión para estrechar lazos con movimientos sociales no musulmanes (e incluso no religiosos) centrados en contrarrestar la hegemonía neoliberal en países tan diversos como Venezuela y Tailandia. Jordania, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita se han presentado como defensores del ‘Islam moderado’, aunque sus interpretaciones respectivas difieren tanto en contenido como en intención.
En el ámbito budista, la apropiación estatal del patrimonio religioso por parte de China choca con frecuencia con la imagen que proyecta India como cuna histórica del Buda. Lo que surge es una competencia global no solo por los símbolos religiosos, sino también por el derecho a definir la autenticidad y la ortodoxia en un panorama religioso pluralista.
Siguiendo al académico de relaciones internacionales Gregorio Bettiza, podríamos considerar esto como una competencia por lo que él denomina “capital sagrado”, es decir, la capacidad de ciertos países para aprovechar sus vínculos históricos con tradiciones religiosas específicas en apoyo de sus objetivos geopolíticos.
Impulsores internos de la diplomacia religiosa
Muchos casos presentados en el volumen muestran que el poder blando religioso comienza en casa. La política religiosa interna—ya sea para consolidar el régimen, alcanzar consensos entre las élites o ejercer control social—suele determinar la naturaleza y el alcance de la proyección religiosa internacional.
La promoción del ‘Islam moderado’ por parte de Indonesia en la escena internacional refleja las tensiones persistentes entre sus redes islámicas tradicionalistas y los movimientos más conservadores. De manera similar, la exportación del islam suní malikí por parte de Marruecos está estrechamente vinculada al esfuerzo de la monarquía por preservar la autoridad religiosa del rey.
Estos ejemplos demuestran que la diplomacia religiosa es a menudo una extensión de la gobernanza nacional, en la que las jerarquías religiosas internas se proyectan al exterior como una forma de estabilizar el orden político interno.
Cuando el poder blando se vuelve afilado
Aunque el poder blando religioso suele presentarse como diplomacia cultural y compromiso constructivo, varias contribuciones advierten sobre una corriente más oscura.

Lo que algunos denominan ‘poder afilado’ religioso implica el uso de narrativas y redes religiosas para fomentar la división, socavar el pluralismo o difundir desinformación. El apoyo de Rusia a grupos alineados con la ortodoxia en Europa del Este, sus vínculos con actores cristianos de derecha en Estados Unidos y su movilización del discurso sobre los ‘valores tradicionales’ son ejemplos claros de este fenómeno.
De manera similar, la instrumentalización de la religión en Myanmar, Sri Lanka y partes del sur de Asia ha estado vinculada a episodios de violencia comunitaria. Estos casos muestran cómo la religión puede convertirse en una herramienta poderosa no solo de atracción, sino también de coerción y control—particularmente cuando se utiliza con fines nacionalistas o autoritarios.
Religión y orden mundial en transición
En un mundo cada vez más definido por la multipolaridad, el pluralismo normativo y el cambio ideológico, la religión está llamada a desempeñar un papel aún mayor en la configuración de alineamientos internacionales. Los Acuerdos de Abraham, aunque enmarcados en términos diplomáticos seculares, transmiten un mensaje religioso implícito sobre la cooperación interreligiosa.
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En otros ámbitos, los valores religiosos compartidos han facilitado alianzas transnacionales entre regiones—por ejemplo, asociaciones entre grupos evangélicos conservadores en Estados Unidos y América Latina con actores ortodoxos en Europa del Este.
Estas alianzas emergentes desafían los antiguos modelos de conflicto civilizacional al demostrar que la afinidad religiosa puede estar operando ahora a través de los bloques tradicionales, en lugar de dentro de ellos. Esta evolución sugiere que los análisis futuros del orden global deberán prestar mayor atención a la dimensión religiosa—no solo como marcador identitario, sino como un eje activo de poder.
Conclusión: tomar en serio la religión en los asuntos globales
Los colaboradores de La geopolítica del poder blando religioso sostienen de manera colectiva que ha llegado el momento de tomarse en serio la religión como herramienta de gobernanza estatal. Ya sea desde la perspectiva de la legitimidad, la diplomacia, la competencia o la disrupción, la religión ocupa un lugar cada vez más central en la forma en que los Estados definen sus intereses y persiguen sus objetivos.
A medida que entramos en una era donde la identidad y los valores rivalizan con la economía y la seguridad como pilares de la política exterior, comprender el poder blando religioso será esencial para académicos, profesionales y el público en general. Este volumen es un llamado a incorporar la religión de forma más completa en nuestras herramientas analíticas—y a hacerlo con matices y rigor.