El iliberalismo se define tanto por su oposición como por su dependencia del liberalismo—entendido como ideología y como sistema democrático. Su significado sigue siendo objeto de debate, en parte debido a la ambigüedad inherente del liberalismo. Kauth y King distinguen entre el iliberalismo ideológico, que busca restringir los derechos de grupo, y el iliberalismo disruptivo, que desafía los procedimientos democráticos. Estas formas coinciden en dos rasgos clave: una ideología excluyente y el rechazo del pluralismo liberal.
Junto con Pablo Báez Guersi (Moncada y Báez Guersi, en revisión), desarrollamos esta definición. Primero, el discurso iliberal eleva lo colectivo por encima del individuo, representando la sociedad como un binomio: una mayoría nacional homogénea frente a una minoría presentada como una amenaza cultural, demográfica, económica o de seguridad.
A la luz de los esfuerzos recientes por armonizar las definiciones de iliberalismo, ya no es sostenible afirmar que el concepto es vago o analíticamente inútil para comprender el mundo contemporáneo.
En segundo lugar, el iliberalismo mantiene una relación paradójica con la democracia liberal: condena sus instituciones por empoderar a las minorías, al tiempo que invoca su defensa para justificar políticas excluyentes, alegando que las propias minorías son hostiles a los valores e instituciones liberales.
La lógica central del iliberalismo: Identidad colectiva y tensiones institucionales
En su tesis doctoral, Demias Morisset ofrece una conceptualización más matizada del iliberalismo, sintetizada en cinco componentes clave: la nación, la religión, la familia, el decisionismo y el mercado. Según él, los tres primeros son los más constantes en los discursos iliberales. La nación se presenta en términos nativistas y xenófobos, como una entidad cultural y étnicamente homogénea.

Esta narrativa nacional se refuerza con una retórica antiindividualista, que privilegia lo colectivo sobre los derechos individuales, y con una concepción dualista del Estado, que asigna derechos distintos a nacionales y no nacionales. Estos principios se manifiestan en leyes antiinmigración, el rechazo de acuerdos internacionales, la resistencia a fallos de tribunales supranacionales y las restricciones a las ONG de derechos humanos.
La religión se sitúa en oposición tanto al racionalismo universalista como al laicismo, entendido como la estricta separación entre Iglesia y Estado. Aboga por la integración de valores espirituales en la vida pública y privada, y sostiene una visión patriarcal de la familia como antítesis del individualismo liberal.
En este marco, la familia se define por el matrimonio heterosexual, el binarismo de género y la solidaridad intrafamiliar, y se moviliza contra el feminismo, la teoría de género y el Estado de bienestar. Esto justifica políticas restrictivas sobre el divorcio, el aborto, la homosexualidad, la sexualidad no reproductiva y la visibilidad de identidades LGBTQ+ en el espacio público.
El concepto de decisionismo, tomado de Carl Schmitt, gira en torno al poder ejecutivo fuerte y centralizado, ejercido por una figura soberana capaz de declarar excepciones y actuar más allá de las normas jurídicas abstractas. Esto desafía el constitucionalismo liberal y la separación de poderes y, como sostiene Demias Morisset, a menudo contribuye a confundir el iliberalismo con el autoritarismo.
Por último, el mercado ocupa un lugar ambivalente. Puede servir a la agenda iliberal mediante políticas neoliberales y antiintervencionistas, o como instrumento de soberanía nacional a través del proteccionismo. En ambos casos, respalda el rechazo a las medidas redistributivas de bienestar y apoya ventajas fiscales para corporaciones y élites económicas.
Luchas conceptuales: Encuadrar el iliberalismo en el discurso político
El decisionismo ha suscitado, sin duda, una de las críticas más significativas al iliberalismo. Muchos académicos sostienen que el término “democracia iliberal” es inherentemente contradictorio: describir así a estos regímenes otorga una legitimidad indebida a sistemas que erosionan sistemáticamente los principios democráticos.
Por ello, una línea de investigación prefiere el término autoritarismo para describir estas transformaciones, recurriendo a marcos como el autoritarismo competitivo, el autoritarismo electoral y el legalismo autocrático.
Por el contrario, otra corriente académica conserva el lenguaje de la democracia para subrayar la erosión gradual de las normas democráticas, tal como lo expresan conceptos como el retroceso democrático. Los estudiosos de los regímenes híbridos dentro de esta tradición argumentan, en general, que la democracia liberal atraviesa una regresión global, incluso cuando los modelos autoritarios estrictos también están en retirada.
Autoritarismo competitivo: Manipulación institucional en sistemas semilibres
En los regímenes de autoritarismo competitivo, existen instituciones democráticas formales, se celebran elecciones regularmente y, por lo general, están libres de fraude flagrante.
Sin embargo, los gobernantes violan rutinariamente las normas democráticas, impidiendo que estos sistemas cumplan con los estándares mínimos de una democracia.
Aunque no son plenamente autocráticos, estos regímenes explotan los recursos del Estado, controlan los medios de comunicación, ejercen acoso legal y aplican represión selectiva para debilitar a la oposición.
A diferencia de otros regímenes híbridos, el autoritarismo competitivo se caracteriza por una competencia genuina pero sistemáticamente desigual.
Ejemplos incluyen a Croacia bajo Franjo Tuđman, Serbia bajo Slobodan Milošević, Rusia bajo Vladimir Putin (antes de 2012), Ucrania bajo Leonid Kravchuk y Leonid Kuchma, Perú bajo Alberto Fujimori, Haití después de 1995, y Albania, Armenia, Ghana, Kenia, Malasia, México y Zambia durante la década de 1990.
En estos contextos, la oposición conserva la capacidad de desafiar a los gobernantes—e incluso, ocasionalmente, ganar elecciones.
Autoritarismo electoral: Retención del poder tras una fachada democrática
El autoritarismo electoral describe regímenes en los que se celebran elecciones multipartidistas de forma regular, pero están estructuralmente sesgadas y carecen de verdadera competitividad.
Existen partidos de oposición e instituciones en apariencia, pero los gobernantes manipulan los medios, socavan la independencia judicial y explotan los recursos del Estado para mantenerse en el poder.
Estos regímenes mantienen una fachada democrática mientras ejercen un control autoritario, utilizando las elecciones y el fraude como instrumentos de dominación más que de rendición de cuentas.
En algunos casos—como Nursultan Nazarbayev en Kazajistán, Alyaksandr Lukashenka en Bielorrusia, Ilham Aliyev en Azerbaiyán y Rusia bajo Vladimir Putin (después de 2012)—este modelo ha evolucionado hacia regímenes personalistas hegemónicos.
Estos son más autoritarios que los regímenes de autoritarismo competitivo: las elecciones son simbólicas, la oposición está marginada y no existe una perspectiva real de alternancia en el poder.
Legalismo autocrático: Institucionalización del poder autoritario
El legalismo autocrático se refiere a un modo de gobernanza en el que los líderes electos utilizan herramientas legales y constitucionales para afianzar el poder autoritario. Los autócratas legales ganan elecciones y luego manipulan las leyes para debilitar a la oposición, controlar los medios y reescribir las constituciones, transformando prácticas antes inconstitucionales en normas legales.

Esta estrategia conserva una apariencia de legitimidad democrática mientras socava los controles sobre el poder ejecutivo. Cuando el apoyo popular disminuye, el sistema legal ya ha sido manipulado, vaciando de contenido a la democracia y eliminando vías significativas para que la ciudadanía cuestione al poder. En Hungría, el gobierno de Viktor Orbán reescribió la Constitución en 2011 tras obtener una mayoría de dos tercios, lo que permitió la adopción de leyes cardinales para consolidar la agenda de Fidesz.
Las reformas judiciales incluyeron la reducción de la edad de jubilación para reemplazar a jueces veteranos por leales, y la creación de una Oficina Judicial Nacional controlada por el partido, centralizando la autoridad y debilitando la independencia judicial.
En Polonia, el partido Ley y Justicia (PiS) implementó cambios similares—redujo la edad de jubilación de los jueces del Tribunal Supremo, debilitó el Tribunal Constitucional y el Consejo Nacional de la Judicatura—para consolidar el control ejecutivo. El legalismo autocrático no es un tipo de régimen, sino un proceso mediante el cual un régimen se vuelve menos democrático. Puede surgir dentro del autoritarismo competitivo y evolucionar hacia el autoritarismo electoral.
Retroceso democrático: Vías incrementales hacia el deterioro institucional
El retroceso democrático implica un cambio desde rupturas dramáticas del régimen hacia una erosión gradual, legal y muchas veces sutil de las instituciones democráticas.

En lugar de golpes militares o fraudes electorales flagrantes, el retroceso democrático actual suele producirse mediante golpes promisorios, expansión del poder ejecutivo y manipulación electoral estratégica. En los golpes promisorios, los actores justifican la destitución de líderes electos como una medida temporal para restaurar la democracia—aunque tales promesas rara vez se cumplen.
El iliberalismo constituye una ideología estructurada, coherente y peligrosa.
Por ejemplo, en Honduras (2009) se destituyó al presidente Manuel Zelaya, seguido por elecciones que favorecieron a la coalición golpista.
Patrones similares surgieron en Fiyi (2006) bajo Frank Bainimarama, quien gobernó por decreto hasta 2014; Gambia (1994, Yahya Jammeh); Pakistán (1999, Pervez Musharraf); Madagascar (2009, Andry Rajoelina); y Haití (1991, Jean-Bertrand Aristide), donde los resultados electorales formales ocultaban un deterioro democrático.
La expansión del poder ejecutivo, una forma más extendida, implica ampliar legalmente las atribuciones del Ejecutivo y debilitar los controles institucionales. Líderes como Recep Tayyip Erdoğan (Turquía), Rafael Correa (Ecuador), Abdoulaye Wade (Senegal) y Viktor Yanukovych (Ucrania) recurrieron a reformas constitucionales, reestructuración judicial y control mediático para afianzar su poder mientras mantenían una fachada democrática. Esta forma está estrechamente relacionada con el legalismo autocrático.
Un tercer mecanismo, la manipulación electoral estratégica, inclina sutilmente el terreno a favor de los gobernantes—mediante ajustes legales en la regulación de medios, restricciones a candidatos y el uso indebido de recursos estatales—sin recurrir al fraude abierto. Estas prácticas son fundamentales para el funcionamiento de los regímenes de autoritarismo competitivo. En Turquía y Ecuador, estas estrategias reforzaron la expansión ejecutiva, manteniendo la legitimidad electoral mientras se socavaba la competencia real.
El motor ideológico: Qué impulsa la dinámica de los regímenes híbridos
Observamos solapamientos notables entre estos conceptos: el legalismo autocrático puede evolucionar hacia el autoritarismo competitivo o electoral; la expansión ejecutiva y el legalismo autocrático están estrechamente relacionados; y la manipulación electoral estratégica refleja características del autoritarismo competitivo.
Algunos términos son sincrónicos o transversales, y describen un continuo que clasifica los regímenes híbridos a lo largo de un espectro de autoritarismo (por ejemplo, autoritarismo competitivo vs. electoral). Otros son diacrónicos o longitudinales, y subrayan un proceso de consolidación autocrática (legalismo autocrático) o de retroceso democrático (retroceso democrático). A pesar de estas diferencias, estos conceptos suelen usarse indistintamente.
El iliberalismo es un concepto clave para comprender las transformaciones en curso tanto en regímenes democráticos como autoritarios.
Fundamentalmente, al centrarse únicamente en el tipo de régimen, estos cuatro conceptos tienden a ignorar la ideología, que podría ser, de hecho, la fuerza impulsora de su carácter híbrido. El régimen híbrido definido por el iliberalismo es deliberadamente vago, lo que le permite abarcar desde el autoritarismo competitivo hasta el autoritarismo electoral. El iliberalismo se concibe tanto como un tipo de régimen, observable en un momento determinado, como un proceso de hibridación.
Su contribución clave reside en su capacidad para articular una ideología “gruesa”, tomando elementos de los debates sobre el populismo. Una ideología gruesa se refiere a un sistema de creencias amplio y coherente que ofrece una visión moral y política integral de la sociedad. Incluye principios fundamentales sobre la justicia, el poder, la naturaleza humana y la gobernanza, moldeando tanto el comportamiento político como las políticas públicas.
Reconocer lo que está en juego: El iliberalismo como fuerza política coherente
El iliberalismo es un concepto clave para comprender las transformaciones actuales en regímenes tanto democráticos como autoritarios. Un estudio reciente ha desarrollado un método para medir la extensión de la ideología iliberal en alrededor de sesenta partidos políticos europeos, basado en sus posturas explícitas sobre género e inmigración.
En términos más amplios, la focalización repetida de grupos específicos—incluyendo mujeres, personas LGBT+, minorías étnicas y religiosas, personas con antecedentes migratorios, personas con discapacidad, comunidades obreras, periodistas, ONG e intelectuales—se comprende mejor en relación con una ideología subyacente nativista y patriarcal. Esta cosmovisión se opone al laicismo y al Estado de bienestar, al tiempo que promueve un Estado fuerte y un modelo económico que privilegia los intereses corporativos y de las élites.
A la luz de los esfuerzos recientes por armonizar las definiciones de iliberalismo, ya no es sostenible afirmar que el concepto es vago o analíticamente inútil para comprender el mundo contemporáneo. El iliberalismo constituye una ideología estructurada, coherente y peligrosa. Aunque sea más preciso asociarlo con un tipo de régimen que con la democracia misma, descartarlo como mero eufemismo del autoritarismo resulta engañoso.
Un régimen iliberal es una forma híbrida—que puede manifestarse como autoritarismo competitivo o electoral, y evolucionar mediante procesos como el legalismo autocrático o el retroceso democrático. Fundamentalmente, un régimen se considera iliberal solo cuando recurre total o parcialmente a los cinco pilares ideológicos identificados por Demias Morisset: la nación, la religión, la familia, el decisionismo y el mercado.
Huella global: Cartografía de las prácticas y narrativas iliberales
Basándose en el trabajo de Schafer, Wagner y Yavuz (2025) sobre partidos políticos, es importante extender la identificación del pensamiento iliberal más allá del poder ejecutivo, explorando su presencia en administraciones públicas y entidades privadas. La investigación académica ha examinado la difusión de ideas iliberales en los medios europeos, así como en contextos no europeos. Sin embargo, algunos países—notablemente Francia—siguen siendo poco estudiados en este sentido.
Por el contrario, para comprender mejor las prácticas y discursos de los regímenes iliberales, sería útil prestar atención a países más allá de los ampliamente estudiados, como Hungría y Polonia. Otros casos relevantes incluyen Rumanía, Rusia, Israel, China, India, Singapur y Filipinas, así como varios países del Sur Global, y los Estados Unidos. África y América del Sur, por ejemplo, siguen siendo continentes poco explorados.