Declive de la libertad de expresión y vulnerabilidad social de la democracia

La libertad de expresión es esencial para una sociedad libre, impactando tanto a los individuos como a la democracia. Su supresión conduce a una mayor vulnerabilidad social.

Aniceto Masferrer
Aniceto Masferrer
Imagen de Politics and Rights Review.

La libertad de expresión es una parte fundamental de vivir en una sociedad libre y abierta y una necesidad básica de todo ser humano. Su ausencia tiene consecuencias significativas, no solo para los individuos sino también para toda la sociedad. Este artículo examina la relación entre la libertad de expresión, la moral pública y la democracia, y cómo los desafíos modernos amenazan estos principios, resultando en una mayor vulnerabilidad social. En una palabra, la supresión de la libertad de expresión hace que los individuos sean más vulnerables y debilita los sistemas democráticos.

Históricamente, la libertad de expresión ha estado entretejida con otras libertades fundamentales como la libertad de conciencia, religión, pensamiento, creencia, opinión y el derecho a la reunión y asociación pacífica. Estas libertades fueron centrales para el constitucionalismo liberal y han sido elementos esenciales de las democracias constitucionales desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Como articuló Franklin D. Roosevelt en su discurso sobre el estado de la Unión de 1941, la libertad de expresión y de palabra son fundamentales para el ethos democrático y han sido uno de los objetivos primarios durante la guerra contra la tiranía.

La batalla continua por salvaguardar la libertad de expresión subraya su importancia crítica para mantener una democracia vibrante y saludable.

A pesar de estas protecciones, los desafíos contemporáneos a la libertad de expresión surgen de diversas formas de presión social y políticas gubernamentales que socavan la pluralidad de opiniones. Estas presiones pueden manifestarse en censura, tanto directa como indirecta, donde los individuos se ven disuadidos de expresar sus pensamientos por temor a represalias o acciones punitivas. Esta supresión no solo silencia a los individuos, sino que también erosiona el tejido democrático de la sociedad, llevando a una mayor vulnerabilidad entre aquellos que no pueden o no quieren expresar sus opiniones disidentes.

El declive en la libertad de expresión crea un efecto paralizador, donde el miedo a las repercusiones impide el diálogo abierto y el intercambio de ideas. Este entorno sofoca la innovación, el pensamiento crítico y la capacidad de abordar los problemas sociales de manera efectiva. En tal clima, tanto el progreso individual como el colectivo se ven obstaculizados, y la salud general del sistema democrático se ve comprometida.

Contexto histórico de la libertad de expresión

La libertad de expresión tiene una historia compleja arraigada en los movimientos culturales e intelectuales de la Ilustración. Pensadores como Kant enfatizaron la importancia del derecho del individuo a expresar opiniones públicamente, incluso contra la autoridad soberana. Kant argumentó que la libertad de escribir es crucial para defender los derechos del pueblo, siempre que respete el marco constitucional.

La moral pública debe ser moldeada por los ciudadanos a través de la libertad de expresión.

La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de Francia (1789) fue un documento fundamental, proclamando la comunicación sin restricciones de pensamientos y opiniones como uno de los derechos más preciados.

El artículo 11 de la Declaración establecía explícitamente que todo ciudadano puede hablar, escribir y publicar libremente, con responsabilidad por cualquier abuso de esta libertad según lo determinado por la ley. Este principio se incorporó a la primera Constitución francesa en 1791, que subrayó el derecho natural y civil a la libertad de expresión.

De manera similar, Estados Unidos consagró la libertad de expresión en la Primera Enmienda de su Constitución en 1791, prohibiendo al Congreso hacer leyes que coarten la libertad de expresión o de prensa. Este texto fundamental refleja la influencia de la Ilustración y el compromiso de proteger las libertades individuales contra el exceso del gobierno.

En España, el desarrollo de la libertad de expresión estuvo marcado por importantes hitos legales. La Constitución de Cádiz (1812) fue uno de los primeros documentos en garantizar la libertad de escribir, imprimir y publicar ideas políticas sin censura previa. Este principio fue reforzado por constituciones españolas posteriores, incluida la Constitución de 1869, que protegía explícitamente el derecho a expresar libremente ideas y opiniones.

Sin embargo, la aplicación práctica de estos derechos enfrentó numerosos desafíos. Por ejemplo, durante el Trienio Liberal (1820-1823),el ejercicio de la libertad de expresión encontró oposición de varios grupos, lo que llevó a la implementación de medidas restrictivas y a la inclusión de limitaciones en el Código Penal español.

Estos desarrollos históricos destacan la lucha constante por proteger la libertad de expresión contra diversas formas de supresión. A pesar del reconocimiento legal de este derecho fundamental, las presiones sociales y gubernamentales han amenazado continuamente su plena realización. La batalla continua por salvaguardar la libertad de expresión subraya su importancia crítica para mantener una democracia vibrante y saludable.

La moral pública y sus modelos: Libertarismo vs. perfeccionismo

La moral pública es un conjunto de creencias y valores ampliamente aceptados por la sociedad, que evoluciona constantemente con el tiempo. En las democracias, la moral pública debe ser moldeada por los ciudadanos a través de la libertad de expresión. Dos modelos principales influyen en la moral pública: el libertarismo y el perfeccionismo.

Los libertarios priorizan la libertad individual, oponiéndose a cualquier restricción ética en las decisiones personales. Argumentan que la libertad es el principio ético fundamental y que cualquier intento de reducir la capacidad de una persona para tomar decisiones es una interferencia ilegítima. Esta perspectiva se extiende a diversas áreas, incluyendo la eutanasia, el aborto, el uso de drogas y las políticas económicas. Por ejemplo, los libertarios se opondrían a leyes que prohíban o mandaten ciertas acciones, abogando en cambio por la autonomía personal y el derecho a elegir. El libertarismo, por lo tanto, resiste las imposiciones éticas, abogando por una mínima intervención estatal en las elecciones personales.

Equilibrar la libertad individual con la promoción del bien común sigue siendo un dilema central para los legisladores y los ciudadanos por igual.

Los perfeccionistas, por otro lado, creen en promover una conducta virtuosa para el bien común. Argumentan que la sociedad debe formar ciudadanos ejemplares estableciendo estándares éticos que promuevan la justicia y la paz social. Esta perspectiva está arraigada en las filosofías de Platón, Aristóteles y Tomás de Aquino, quienes enfatizaron la importancia de la conducta virtuosa para el bienestar social. Los perfeccionistas abogan por leyes y políticas que reflejen estos estándares éticos, con el objetivo de moldear el comportamiento de los ciudadanos de manera que beneficie a toda la comunidad. Sostienen que la libertad individual debe equilibrarse con la necesidad de promover la virtud y el bien común, a menudo a través de la intervención del Estado.

La tensión entre estos dos modelos es evidente en sus enfoques hacia la ética pública. Los libertarios critican las políticas perfeccionistas como paternalistas y que infringen la autonomía individual. En contraste, los perfeccionistas argumentan que sin un marco de estándares éticos, la sociedad no puede asegurar la justicia y la estabilidad social. Esta lucha continua moldea la moral pública e impacta a las sociedades democráticas, ya que ambos modelos buscan influir en la ética pública a través de la educación, la cultura y la ley.

El debate entre el libertarismo y el perfeccionismo también se extiende a cómo se debe enseñar y aplicar la moral pública. Los libertarios enfatizan el papel de los mercados libres y las asociaciones voluntarias en la formación de estándares éticos, mientras que los perfeccionistas apoyan iniciativas y regulaciones dirigidas por el Estado para promover una conducta virtuosa. Esta dicotomía es evidente en los debates sobre temas como la legalización de las drogas, donde los libertarios abogan por la despenalización y la elección individual, mientras que los perfeccionistas presionan por estrictas regulaciones para proteger el bienestar social.

El conflicto entre el libertarismo y el perfeccionismo resalta la complejidad de moldear la moral pública en las sociedades democráticas. Ambos modelos ofrecen ideas valiosas pero también plantean desafíos significativos. Equilibrar la libertad individual con la promoción del bien común sigue siendo un dilema central para los legisladores y los ciudadanos por igual. El diálogo continuo entre estas perspectivas es crucial para mantener una moral pública dinámica e inclusiva que refleje los diversos valores y creencias de una sociedad democrática.

Moral pública, democracia deliberativa y libertad de expresión

En una democracia deliberativa, la moral pública se forma por la interacción dinámica entre las moralidades privadas y públicas, facilitada por la libertad de expresión. Los ciudadanos deben ser libres para expresar opiniones disidentes sin temor a represalias, ya que esto es esencial para la toma de decisiones democráticas. La ley debe proteger y promover la libre expresión de ideas, incluso aquellas contrarias a la ética pública predominante. Esto asegura un flujo constante entre las moralidades privadas y públicas, fomentando una cultura de diálogo y respeto mutuo. Prohibir la disidencia o limitar la libertad de expresión socava la democracia y reduce la capacidad de los individuos para contribuir a la formación de su comunidad política, haciéndolos más vulnerables.

La democracia deliberativa requiere que el Estado se abstenga de ser el agente principal en la formación de la moral pública.

La esencia de la democracia deliberativa reside en la capacidad de los ciudadanos para participar en discusiones y debates justos y razonables. Este proceso requiere que las personas puedan expresar sus moralidades privadas y cuestionar la ética pública sin enfrentar repercusiones legales o sociales.

La ley no solo debe permitir sino también fomentar este intercambio de ideas, asegurando que la moral pública siga siendo un reflejo de las diversas opiniones dentro de la sociedad. Al fomentar un entorno donde se proteja la disidencia, los sistemas democráticos pueden mantener su integridad y resiliencia frente a las tendencias autoritarias.

Un aspecto clave de este proceso dinámico es la protección de las opiniones minoritarias. En una sociedad verdaderamente democrática, las opiniones de los grupos minoritarios deben recibir la misma consideración que las de la mayoría. Esta inclusividad es crucial para prevenir la dominancia de una sola perspectiva y asegurar que la moral pública se forme continuamente a partir de una amplia gama de voces. La supresión de opiniones disidentes no solo socava el proceso democrático, sino que también crea una cultura de conformidad que sofoca la innovación y el progreso.

Además, la democracia deliberativa requiere que el Estado se abstenga de ser el agente principal en la formación de la moral pública. En cambio, debe facilitar un marco donde los individuos y diversos grupos puedan contribuir al diálogo continuo sobre los valores sociales. Este enfoque asegura que la moral pública no sea estática sino que evolucione con las creencias y necesidades cambiantes de la sociedad. También previene la imposición de un conjunto monolítico de valores que puede no reflejar la naturaleza pluralista de una comunidad democrática.

Para que la democracia prospere, es esencial que la moral pública no sea dictada por lobbies poderosos o el Estado, sino que sea un producto del aporte colectivo de sus ciudadanos. Esto requiere un entorno legal y social que apoye el libre intercambio de ideas, proteja la disidencia y fomente la participación activa en el discurso público. Al hacerlo, las sociedades democráticas pueden asegurar que la moral pública siga siendo relevante, inclusiva y refleje las diversas opiniones de sus miembros.

Democracia, libertad de expresión y el derecho a disentir

No hay democracia sin libertad de expresión, y esta libertad solo es real si incluye el derecho a disentir. Rechazar la disidencia socava la democracia deliberativa y conduce al autoritarismo. La verdadera democracia requiere que los ciudadanos puedan pensar por sí mismos, expresar sus pensamientos públicamente y contribuir a la formación de la ética pública. Este proceso dinámico previene la corrupción democrática y asegura que la libertad política de una comunidad se base en la suma de libertades individuales. Las leyes deben proteger la expresión de opiniones disidentes, siempre que no inciten al odio o la violencia. Esta protección es esencial para mantener una democracia pluralista e inclusiva.

La libertad de expresión es esencial para el liberalismo político, el desarrollo humano y la felicidad social.

La disidencia a menudo se ve como una amenaza a la armonía social, pero en realidad es un componente vital de una democracia saludable.

Permite la exposición de diversos puntos de vista y la cuestionación de las normas establecidas, lo que puede llevar a reformas sociales y políticas.

Sin la capacidad de disentir, las sociedades corren el riesgo de estancarse y de arraigar prácticas injustas. Por lo tanto, proteger el derecho a disentir es crucial para la evolución continua y la mejora de los sistemas democráticos.

Además, la supresión de la disidencia puede llevar a una cultura de miedo y autocensura. Cuando las personas tienen miedo de expresar sus opiniones, es menos probable que participen en el discurso público y contribuyan al proceso democrático. Este miedo puede ser exacerbado por medidas legales, presiones sociales y campañas mediáticas que buscan silenciar la oposición. En tal entorno, la calidad del debate público se resiente, y la capacidad de la sociedad para abordar problemas complejos se ve disminuida. Asegurar que las voces disidentes sean escuchadas y respetadas es esencial para fomentar una democracia vibrante y resiliente.

Una sociedad democrática también debe asegurar que la disidencia no solo sea tolerada, sino valorada como un medio para fortalecer la comunidad. Esto implica reconocer que las opiniones disidentes pueden proporcionar perspectivas valiosas y contribuir a la comprensión general de los problemas sociales. Fomentar una cultura donde la disidencia se vea como una oportunidad para el crecimiento en lugar de una amenaza puede llevar a instituciones democráticas más robustas y adaptativas.

Proteger el derecho a disentir ayuda a prevenir la concentración de poder y promueve la rendición de cuentas. Cuando los individuos y grupos pueden expresar libremente sus desacuerdos, pueden desafiar y escrutar a aquellos en posiciones de autoridad. Este escrutinio es esencial para prevenir abusos de poder y asegurar que los líderes se mantengan receptivos a las necesidades y preocupaciones de la población. Al fomentar un entorno donde la disidencia sea protegida y valorada, las sociedades democráticas pueden mantener un equilibrio saludable de poder y promover una sociedad más justa y equitativa.

La libertad de expresión como condición para el liberalismo político: desarrollo humano y felicidad social

La libertad de expresión es esencial para el liberalismo político, el desarrollo humano y la felicidad social. Las primeras constituciones modernas vincularon la libertad con la felicidad, enfatizando la búsqueda de la felicidad como un derecho natural. La Declaración de Independencia Americana de Thomas Jefferson y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa destacaron la conexión entre la libertad y la felicidad. La libertad de expresión permite a los individuos comunicar sus pensamientos e ideas, fomentando la dignidad humana y el desarrollo personal. También es crucial para el progreso social y el desarrollo de las sociedades democráticas, ya que permite el intercambio de ideas y la búsqueda de la verdad.

Las amenazas modernas a la libertad de expresión, como la cultura de la cancelación, aumentan la vulnerabilidad social.

La obra de John Stuart Mill, "Sobre la libertad", presenta una de las defensas liberales más famosas de la libertad de expresión. Mill argumentó que todos deberían poder profesar y discutir cualquier doctrina, independientemente de cuán inmoral pueda ser considerada por otros.

Creía que la supresión de una opinión es perjudicial para la sociedad porque priva a la humanidad de la oportunidad de descubrir la verdad. Para Mill, la libertad de expresión fomenta la autenticidad, la creatividad, la individualidad y el florecimiento humano, que son esenciales para el desarrollo personal y social.

El principio de daño de Mill proporciona una justificación clara para limitar la libertad de expresión solo cuando causa daño a otros. Este principio asegura que la libertad de expresar ideas esté protegida mientras se previene que el discurso pueda causar un daño significativo. Al mantener este principio, las sociedades democráticas pueden encontrar un equilibrio entre proteger las libertades individuales y mantener el orden social. El reconocimiento del papel fundamental de la libertad de expresión en la promoción del desarrollo humano y la felicidad social subraya su importancia en el liberalismo político y la gobernanza democrática.

El contexto histórico de la vinculación de la libertad con la felicidad se remonta a la Declaración de Derechos de Virginia, que influyó en la redacción de la Declaración de Independencia Americana. La frase de George Mason "búsqueda de la felicidad" fue central en la articulación de los derechos inherentes, incluyendo la vida y la libertad. Este concepto se reflejó además en documentos constitucionales europeos, como la Constitución francesa de 1793, que enfatizó que el objetivo de la sociedad es el bienestar general y el disfrute de los derechos naturales e inalienables.

Por lo tanto, la libertad de expresión no es meramente un derecho político, sino un aspecto fundamental del florecimiento humano. Permite a los individuos desarrollar sus habilidades intelectuales, prácticas y morales, contribuyendo al crecimiento personal y al avance social. Al fomentar un entorno donde las personas puedan expresar libremente sus pensamientos e ideas, las sociedades democráticas pueden promover una cultura de aprendizaje continuo, innovación y progreso. Esto, a su vez, lleva a una mayor felicidad social y a una comunidad más vibrante y resiliente.

Amenazas a la libertad de expresión: Cultura de la cancelación y vulnerabilidad social

Las amenazas modernas a la libertad de expresión, como la cultura de la cancelación, aumentan la vulnerabilidad social. La cultura de la cancelación ostraciza a las personas por expresar opiniones impopulares, sofocando el diálogo abierto y haciendo que las personas sean más vulnerables. Este entorno rompe el flujo necesario entre las moralidades privadas y públicas, socavando el pluralismo y la inclusión. Las sociedades democráticas deben equilibrar la protección de los grupos vulnerables con la preservación de la libertad de expresión para todos los ciudadanos. Las leyes deben salvaguardar la libertad de expresión de los grupos vulnerables y marginados sin restringir desproporcionadamente la expresión de otros. Asegurar un entorno seguro e inclusivo para la libertad de expresión es esencial para mantener los principios democráticos y proteger a las personas de una mayor vulnerabilidad.

La cultura de la cancelación a menudo apunta a individuos por declaraciones o acciones consideradas ofensivas o perjudiciales por ciertos grupos. Esto puede llevar al ostracismo social, repercusiones profesionales e incluso amenazas a la seguridad personal. Si bien la intención detrás de la cultura de la cancelación puede ser proteger a los grupos vulnerables del daño, a menudo resulta en un efecto paralizador sobre la libertad de expresión. La gente se vuelve reticente a expresar sus opiniones, temiendo represalias y castigos. Esta supresión de la libertad de expresión socava el proceso democrático al limitar la diversidad de voces y perspectivas en el discurso público.

Los individuos vulnerables, incluidos aquellos de grupos marginados, pueden verse desproporcionadamente afectados por los intentos de silenciar la disidencia.

La era digital ha exacerbado estos desafíos, ya que las plataformas en línea pueden tanto amplificar como poner en peligro a los usuarios. El anonimato proporcionado por Internet puede envalentonar a las personas a participar en comportamientos abusivos y de acoso, aumentando la vulnerabilidad de aquellos que expresan opiniones disidentes. Al mismo tiempo, el alcance global de Internet significa que la cultura de la cancelación puede tener consecuencias de gran alcance y severas, impactando la vida y las carreras de las personas en todo el mundo. Para abordar estos desafíos, las sociedades democráticas deben promover una cultura de respeto y tolerancia, asegurando que todas las voces sean escuchadas y que las opiniones disidentes no sean injustamente silenciadas.

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) ha reconocido la importancia de proteger la libertad de expresión, incluso para ideas que puedan ofender, impactar o perturbar. Esta protección es vital para mantener una sociedad pluralista y democrática. Sin embargo, el auge de la cultura de la cancelación representa una amenaza significativa para este principio, ya que a menudo busca silenciar voces que desafían la narrativa dominante. Asegurar que la libertad de expresión se mantenga frente a la cultura de la cancelación requiere un compromiso con la protección de los derechos de todos los individuos a expresar sus opiniones, sin importar cuán controvertidas puedan ser.

Supongamos que las personas exigen protección contra palabras e ideas que no les gustan, quizás porque no son políticamente correctas o porque van en contra de la moral pública de un momento particular, y las leyes no permiten la expresión de tales opiniones que puedan causar angustia emocional a algunas personas. En ese caso, tenemos dos tipos diferentes de vulnerabilidad: aquellos propensos a angustiarse emocionalmente y aquellos a quienes no se les permite expresar opiniones que no son ortodoxas o que podrían causar angustia a algunas personas.

Al final, lo que sucede es que aquellos a quienes no se les permite expresar sus opiniones, debido a las consecuencias sociales y legales, se convierten en ciudadanos de segunda clase. También se vuelven más vulnerables (porque no se les permite causar angustia emocional con sus opiniones, mientras que no pueden reclamar estar angustiados por las opiniones de otros), y, lo que es más importante, la democracia se vuelve más débil, menos plural y menos inclusiva.

El concepto de vulnerabilidad es fundamental para entender el impacto de la cultura de la cancelación en la libertad de expresión. Los individuos vulnerables, incluidos aquellos de grupos marginados, pueden verse desproporcionadamente afectados por los intentos de silenciar la disidencia. Proteger su derecho a la libertad de expresión es esencial para asegurar que las sociedades democráticas sigan siendo inclusivas y justas. Al mismo tiempo, es crucial equilibrar esta protección con medidas que prevengan el abuso de la libertad de expresión para dañar a otros. Este equilibrio puede lograrse promoviendo un diálogo respetuoso y constructivo, y mediante la implementación de leyes que protejan a los individuos del acoso y la discriminación sin restringir indebidamente su libertad de expresión.

Adaptado de un artículo académico para una audiencia más amplia, bajo licencia CC BY 4.0

Cómo citar este artículo

Masferrer, A. (2024, 21 de mayo). Declive de la libertad de expresión y vulnerabilidad social de la democracia. Politics and Rights Review. https://politicsrights.com/es/libertad-expresion-democracia-vulnerabilidad-social
DOI: 10.5281/zenodo.11215439

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Catedrático de Historia del Derecho en la Universitat de València. Formado en la Universidad de Cambridge, Harvard, Instituto Max-Planck, entre otras prestigiosas universidades. Ha publicado alrededor de treinta libros y más de cien artículos académicos. Director del Instituto de Estudios Sociales, Políticos y Jurídicos. Ex presidente de la Sociedad Europea de Historia Jurídica Comparada y A.C. de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Vicepresidente de la Fundación Universitas y cofundador de "Free Thinkers".